Post by HBF on Mar 23, 2008 15:02:16 GMT -3
columnistas
La tradición sociológica
En el fondo, la sociología nos enseña algo muy sencillo: ningún hecho social es producto de una única causa.
Por Damián Tabarovsky
Este año la carrera de Sociología de la UBA festeja sus primeros cincuenta años. Casi como un gesto vanguardista (el funcionalismo como vanguardia terminal), la carrera se fundó sobre el desdén, el abandono y hasta el odio con el pasado: la gran tradición argentina del ensayo de ideas, género crucial en la cultura rioplatense desde fines del siglo XIX hasta mediados de los ’50 del siglo XX. La sociología se imaginó una ciencia en la que, gracias a probados métodos de investigación (¡simples encuestas!) se
accedería a conocimientos comprobados sobre el funcionamiento de la sociedad. Pues bien, éste es un buen momento para formular una pregunta: en estos cincuenta años, ¿dio la sociología científica, académica, universitaria textos tan potentes, tan radicales, tan agudos, como los de la tradición que vino a liquidar?
Estudié Sociología en los años posteriores a la vuelta a la democracia. Fueron años extraños y a la vez festivos. Los profesores marxistas volvían del exilio reformateados en socialdemócratas y los jóvenes estudiantes se decepcionaban. Incluso a Portantiero llegaron a silbarlo en algún teórico. ¡Imberbes! En medio del positivismo reinante, Enrique Marí vino a enseñar Epistemología dando a Foucault y Canguilhem. Sus clases eran maravillosas.
Terminé la carrera y creo que hasta hice una maestría, y no aprendí demasiado en la facultad. Aunque quizás era yo el problema, que nunca logré aprender nada en ningún lado. Para aprobar unas absurdas materias llamadas Metodología de la investigación I, II, y III, me preparé con una profesora particular. Eran como unos minicursos de corte y confección, donde armados de un metro, un compás y una escafandra salíamos a la búsqueda de datos, índices y variables dependientes e independientes. Por suerte estaban Horacio González y Emilio de Ipola. Recuerdo un gran ensayo de González, en el primer número de los Cuadernos de la Comuna, muy crítico (quizás en exceso) con Alfonsín, mientras que De Ipola era una de las fuentes de pensamiento del ex presidente. Y sin embargo, era evidente que tenían todo para establecer una amistad (la amistad en el sentido fuerte de Bataille, de Blanchot, de las Políticas de la amistad de Derrida).
Uno, González, convocando a un populismo shakespeareano, fantasmático, imaginario; un populismo nacional sin sujeto; el otro, De Ipola, bajo el modo de la ironía como forma de acceder a la pregunta por las creencias. Y quizá por eso, por el populismo erudito de uno, y por la certeza de que finalmente la sociología todavía tiene algo para decir sobre el mundo, del otro; o mejor dicho, no por eso sino en contra de eso, también imaginariamente hace años que vengo discutiendo con ellos, contra ellos, pese a ellos. Alguna vez hasta llegué a esperar, de noche, en el quiosco de Corrientes y Montevideo, la llegada de El Ojo Mocho (la revista que dirige González) sólo para ser el primero en leer su artículo para, como suele sucederme, entusiasmarme con sus ideas, discutirlas a cara de perro, ironizar sobre ellas y finalmente decepcionarme y volver a sentirme solo (la soledad es la mejor compañía del escritor).
Y sin embargo, Restos pampeanos, de Horacio González, y La bemba, acerca del rumor carcelario, de Emilio de Ipola, son quizá los dos más grandes textos que dio la sociología argentina (el tercero seguramente es Estudios sobre los orígenes del peronismo, de Murmis y Portantiero).
En el fondo, la sociología nos enseña algo pequeño y muy sencillo: ningún hecho social es producto de una única causa. Siempre hay al menos dos variables que condicionan un fenómeno. Cuando se pretende explicar lo que ocurre como resultado de una sola causa, la sociología lo llama “explicación reduccionista”. Es curioso, pero ése es el tipo de razonamiento habitual de los medios de comunicación, los políticos, los entrenadores de fútbol y los gerentes de marketing de las editoriales. ¿Quién sabe? Quizá finalmente la sociología tenga todavía cosas para enseñar.
www.diarioperfil.com.ar/edimp/0183/articulo.php?art=0936&ed=0182
La tradición sociológica
En el fondo, la sociología nos enseña algo muy sencillo: ningún hecho social es producto de una única causa.
Por Damián Tabarovsky
Este año la carrera de Sociología de la UBA festeja sus primeros cincuenta años. Casi como un gesto vanguardista (el funcionalismo como vanguardia terminal), la carrera se fundó sobre el desdén, el abandono y hasta el odio con el pasado: la gran tradición argentina del ensayo de ideas, género crucial en la cultura rioplatense desde fines del siglo XIX hasta mediados de los ’50 del siglo XX. La sociología se imaginó una ciencia en la que, gracias a probados métodos de investigación (¡simples encuestas!) se
accedería a conocimientos comprobados sobre el funcionamiento de la sociedad. Pues bien, éste es un buen momento para formular una pregunta: en estos cincuenta años, ¿dio la sociología científica, académica, universitaria textos tan potentes, tan radicales, tan agudos, como los de la tradición que vino a liquidar?
Estudié Sociología en los años posteriores a la vuelta a la democracia. Fueron años extraños y a la vez festivos. Los profesores marxistas volvían del exilio reformateados en socialdemócratas y los jóvenes estudiantes se decepcionaban. Incluso a Portantiero llegaron a silbarlo en algún teórico. ¡Imberbes! En medio del positivismo reinante, Enrique Marí vino a enseñar Epistemología dando a Foucault y Canguilhem. Sus clases eran maravillosas.
Terminé la carrera y creo que hasta hice una maestría, y no aprendí demasiado en la facultad. Aunque quizás era yo el problema, que nunca logré aprender nada en ningún lado. Para aprobar unas absurdas materias llamadas Metodología de la investigación I, II, y III, me preparé con una profesora particular. Eran como unos minicursos de corte y confección, donde armados de un metro, un compás y una escafandra salíamos a la búsqueda de datos, índices y variables dependientes e independientes. Por suerte estaban Horacio González y Emilio de Ipola. Recuerdo un gran ensayo de González, en el primer número de los Cuadernos de la Comuna, muy crítico (quizás en exceso) con Alfonsín, mientras que De Ipola era una de las fuentes de pensamiento del ex presidente. Y sin embargo, era evidente que tenían todo para establecer una amistad (la amistad en el sentido fuerte de Bataille, de Blanchot, de las Políticas de la amistad de Derrida).
Uno, González, convocando a un populismo shakespeareano, fantasmático, imaginario; un populismo nacional sin sujeto; el otro, De Ipola, bajo el modo de la ironía como forma de acceder a la pregunta por las creencias. Y quizá por eso, por el populismo erudito de uno, y por la certeza de que finalmente la sociología todavía tiene algo para decir sobre el mundo, del otro; o mejor dicho, no por eso sino en contra de eso, también imaginariamente hace años que vengo discutiendo con ellos, contra ellos, pese a ellos. Alguna vez hasta llegué a esperar, de noche, en el quiosco de Corrientes y Montevideo, la llegada de El Ojo Mocho (la revista que dirige González) sólo para ser el primero en leer su artículo para, como suele sucederme, entusiasmarme con sus ideas, discutirlas a cara de perro, ironizar sobre ellas y finalmente decepcionarme y volver a sentirme solo (la soledad es la mejor compañía del escritor).
Y sin embargo, Restos pampeanos, de Horacio González, y La bemba, acerca del rumor carcelario, de Emilio de Ipola, son quizá los dos más grandes textos que dio la sociología argentina (el tercero seguramente es Estudios sobre los orígenes del peronismo, de Murmis y Portantiero).
En el fondo, la sociología nos enseña algo pequeño y muy sencillo: ningún hecho social es producto de una única causa. Siempre hay al menos dos variables que condicionan un fenómeno. Cuando se pretende explicar lo que ocurre como resultado de una sola causa, la sociología lo llama “explicación reduccionista”. Es curioso, pero ése es el tipo de razonamiento habitual de los medios de comunicación, los políticos, los entrenadores de fútbol y los gerentes de marketing de las editoriales. ¿Quién sabe? Quizá finalmente la sociología tenga todavía cosas para enseñar.
www.diarioperfil.com.ar/edimp/0183/articulo.php?art=0936&ed=0182