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Domingo 27 de mayo de 2007
Noticias | Archivo | Domingo 27 de mayo de 2007 | Enfoques | Nota
Sociedad global
Ejecutivos sin fronteras: el boom de las escuelas de negocios
Desde los noventa, universidades de todo el mundo compiten por el mercado de los MBA. Radiografía del fenómeno que moldea la cultura empresarial actual
Por Raquel San Martín
Profesionales nómades y transnacionales, quienes hacen carrera hoy en las empresas sin fronteras comparten una experiencia que los hermana en la diáspora: haber pasado por una escuela de negocios. Verdadero motor de la economía globalizada, las escuelas que forman ejecutivos actúan allí donde el impacto es más certero, es decir, en la cultura de las personas que tendrán poder al frente de las empresas.
Los nuevos empleados y gerentes móviles, acostumbrados a la competencia feroz, a los salarios millonarios, a no echar raíces por mucho tiempo en ninguna parte, comparten el uso de una infraestructura física extendida por el globo (edificios en zonas residenciales, hoteles, aeropuertos), un lenguaje, ideales y la conciencia de la necesidad de “la capacitación permanente”.
Para esta verdadera subcultura, una escuela de negocios implica una suerte de rito de pasaje, que da entrada en algún lugar del mundo profesional al que quieren pertenecer.
Es, huelga decirlo, un universo para pocos. Un máster de dos años en una de las escuelas líderes norteamericanas –Wharton, Columbia, Harvard, Stanford, Yale– puede costar alrededor de 100.000 dólares; en Europa, entre 9000 y 60.000 euros; en América latina, entre 8000 y 45.000 dólares.
Portadoras activas de la “internacionalización” de los negocios, las escuelas de negocios –la mayoría de ellas dependientes de universidades– representan el sector más dinámico de la educación de posgrado. A imagen y semejanza del sistema norteamericano que las vio nacer, la formación ejecutiva dio por tierra con los pruritos académicos y supo adaptarse a las demandas del mercado. A tal punto que se han convertido ellas mismas en un gran negocio y en muchas universidades financian posgrados e investigaciones en ciencias básicas y humanas.
A pesar de que la internacionalización es su verdad de fe –se buscan como oro los estudiantes extranjeros, los profesores se trasladan, se ofrecen viajes a otros países como parte del aprendizaje–, es una globalización desigual: Estados Unidos, residencia de las escuelas de negocios más prestigiosas, exporta su modelo, sus casos de estudio, sus gurúes y sus conceptos en inglés al resto del mundo.
“Este fenómeno tiene que ver con una cultura empresarial que se ha generalizado como patrón dominante y con la universalización de ciertas prácticas gerenciales”, comentó a LA NACION Roberto Bouzas, profesor de la Universidad de San Andrés y director de la maestría en Relaciones y negocios internacionales que se dicta en Flacso. “En todo proceso educativo se transmiten valores y, si hay una jerarquización en quien determina las prácticas, pues hay una importación de esos valores”, afirmó.
Justamente, la cuestión de los valores origina, desde la mirada exterior, buena parte de las críticas. Se afirma que forman ejecutivos teóricos y sin contacto con la realidad empresarial, que sus clases, sus libros y sus gurúes repiten verdades de sentido común, que su calidad académica es de nivel muy dispar y que viven en una burbuja socio-económica que no los pone en contacto con el mundo real.
De hecho, para algunos investigadores de la globalización, esta elite empresarial móvil que las escuelas de negocios contribuyen a engrosar –verdadera infraestructura operativa de la globalización económica– ya conforma una auténtica “clase social”. “La globalización produce sus propias formaciones sociales, y una de ellas son los transnacionales”, definió ante LA NACION la socióloga holandesa Saskia Sassen. “No sólo es gente que viaja mucho o que flota entre países, sino que tiene derechos portátiles de movilidad y hasta protecciones para su residencia en distintos lugares. Se van transformando en sujetos legales con prerrogativas”, apuntó.
Las escuelas, sin embargo, se mantienen florecientes y afirman que pasar por sus cursos es “una experiencia personal de crecimiento”. “Los ejecutivos se acercan por los conocimientos que obtienen, la red de contactos que se arma entre ellos o buscando que la universidad los ayude a cambiar de trabajo”, describió a LA NACION Gabriel Foglia, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo (UP).
Sassen lo reafirma: “Hoy en día cobran cada vez más importancia los contactos sociales entre los profesionales”. No sólo los caracteriza la hipermovilidad, sostiene, sino que van llevando sus relaciones profesionales a cuestas, como un capital propio.
Las escuelas de negocios, tal como hoy se las conoce en todo el mundo, son una invención norteamericana, que sólo hace pocas décadas tomó la “internacionalización” como bandera y que, desde la década del 90, sofisticó sus programas de estudio hasta convertir la gestión empresarial en “la ciencia del management”, que transmiten tanto profesores doctorados en sus especialidades como ejecutivos exitosos que cuentan cómo lo lograron.
Con un lenguaje propio y compartido, las escuelas prometen enseñar a “liderar el futuro”, “pensar estratégicamente”, “implementar la innovación”, “impactar en el negocio”, “construir empresas inteligentes” y “desarrollar una mentalidad internacional”. Para ingresar, además de un buen CV y dinero o financiamiento, se requiere “actitud emprendedora”, “creatividad”, “visión pluralista” y, el leitmotiv, “capacidad de adaptación al cambio constante”.
Los contenidos son una democrática mezcla de conocimientos duros –de finanzas, marcos legales y administración general– con recetas que remiten casi a la autoayuda: cómo ser exitoso, armar un equipo de trabajo donde la gente no discuta, respaldarse en Platón para armar un plan de marketing o motivar a los empleados sin aumentarles el sueldo.
Pero desde las escuelas, esas críticas encuentran respuesta: ““Aquí hay una confusión entre una escuela de negocios y otras instituciones. Una escuela de negocios tiene un cuerpo de profesores con masters y doctorados en las distintas disciplinas del management. La mayoría de los asistentes son empresarios y directivos, con o sin grado. Y somos proveedores de las empresas”, sintetizó Fernando Fragueiro, director general del IAE, creado en 1978.
“El riesgo es que se multipliquen instituciones que se dedican al management education pero sólo contratan profesores part time o consultores”, advirtió.
Eso está ocurriendo en los Estados Unidos, donde existen hoy unas 800 escuelas de negocios –200 más que hace diez años–, en su gran mayoría dependientes de universidades. Su programa-insignia es el Master in Business Administration (MBA, léase “embiei”), un posgrado en administración de negocios de dos años de duración, full time, que ofrece formación general en administración, finanzas, marketing, operaciones, logística, recursos humanos y estrategia empresarial.
Hoy, el MBA concentra sólo al 20% de los estudiantes. Los programas más demandados, en realidad, son los Executive MBA, de contenidos similares pero diseñados para ejecutivos con experiencia laboral, que se cursan de manera intensiva. Paralelamente, las escuelas han diversificado su oferta y hoy la mayor aceptación la tienen los cursos cortos y los armados a medida para las empresas.
Pero, en voz más baja, en las mismas escuelas de negocios reconocen las diferencias de calidad. “En muchos posgrados de negocios no hay rigor en el proceso de aprendizaje, que se plantea en términos muy ambiguos y poco claros. Se tiende mucho más al uso de eslóganes y está todo viciado por un lenguaje más marketinero que educativo”, apuntó Jorge Mosqueira, consultor en desarrollo organizacional y docente universitario. “Muchos de estos posgrados no implican un verdadero salto académico”, admitió.
Se estima que cada año egresan 150.000 ejecutivos de los programas MBA de todo el mundo. En la Argentina se dictan unos 60 MBA, y hay 170 posgrados en economía y negocios acreditados por la Coneau.
“Hay muchos indicadores de crecimiento sostenido en el mercado. Nuevos programas MBA se crean todos los años y los cambios en la educación superior europea van a impulsar este crecimiento, con un incremento de graduados de MBA de 20.000 a 37.500 por año en ese continente”, comentó Jeanette Purcell, desde Londres, donde es directora ejecutiva de la Asociación de MBA (AMBA), una de las tres organizaciones internacionales –dos europeas, una norteamericana– que acreditan programas de negocios. En la Argentina, el IAE, la UCA y la Ucema tienen su sello de calidad.
Según dijo Purcell, los otros mercados en crecimiento para la educación ejecutiva son China –con 96 escuelas– y la India, donde se ofrecen actualmente 900 MBA, ambos “tratando de diferenciarse atrayendo estudiantes de todo el mundo y estableciéndose como jugadores globales”, comentó Purcell.
El top ten
Según el ranking que todos los años realiza el diario británico Financial Times, ocho de las diez mejores escuelas de negocios están en los Estados Unidos, que tiene 59 en el listado de las 100 mejores instituciones. Wharton, de la Universidad de Pennsylvania, encabeza el ranking, seguida por las escuelas de negocios de Columbia, Harvard y Stanford.
En el podio de las diez mejores, hay dos europeas: London Business School, en el quinto lugar, e Insead, de Francia, en el séptimo puesto. El MIT, Tuck, Kellogg, la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York y la de Yale también son reconocidas, mientras en Europa se destacan el Instituto de Empresa, IESE y Esade, de España, y el IMD, de Suiza. Un dato: una escuela china, Cebis, subió del puesto 21° al 11° en el último año.
La movilidad de estudiantes universitarios a través de las fronteras es el modo que adoptó la mundialización en la educación superior y se ha convertido, a la vez, en una posibilidad de difusión cultural en el largo plazo, un negocio y una política de Estado.
Una universidad está hoy a la vanguardia cuando se “internacionaliza”, es decir, firma convenios con pares en otros países, desarrolla posgrados e investigaciones conjuntos, tiene programas de intercambio para sus docentes y atrae estudiantes extranjeros.
Para algunos incluso representa una industria rentable, como sucede en Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Australia.
Según cifras de la Unesco, hay hoy 2.455.250 jóvenes que estudian fuera de sus países de origen, pero atraviesan las fronteras sólo en ciertos sentidos. El 70% de ellos se dirige a América del Norte y Europa Occidental. El mayor receptor de estudiantes extranjeros del mundo es Estados Unidos (23,3%), seguido por el Reino Unido (12,2%), Alemania (10,6%) y Francia (9,7%). Los más grandes exportadores de estudiantes son, por su parte, China (14%), seguida de lejos por la India (5%), Corea (3,9%), Japón (2,5%) y Alemania (2,3%).
La Unesco llama la atención sobre algunas tendencias: los estudiantes africanos prefieren las universidades de las antiguas metrópolis; los de Europa Oriental se inclinan por Alemania como primera opción; y los de Asia central se trasladan a Rusia. En América latina hay 36.536 extranjeros (sólo el 1,49% del total), el 66% de los cuales proviene de países del mismo continente.
“Los países en cuyas universidades se forman los investigadores y profesionales de otras sociedades adquieren por esta vía redes de contacto e influencia que a la larga tienen un valor estratégico en la geopolítica del conocimiento y la cultura.
Pero los efectos no son lineales”, apuntó José Joaquín Brunner, especialista en educación superior e investigador de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Chile.
Aunque Estados Unidos continúa al tope de las preferencias de los extranjeros, se extiende en ese país la preocupación porque su cantidad viene en continuo descenso desde 2002, en gran medida por las restricciones a las visas establecidas luego del 11 de septiembre de 2001. En el año lectivo 2005/2006 se inscribieron 564.768 extranjeros en sus universidades, 18.228 menos que en 2002.
Provienen sobre todo de la India (13,5%), China (11,1%) y Corea (10,5%), y buena parte de la alarma por su reducción numérica es que casi el 16% de ellos estudian ingeniería y, una vez graduados, alimentan la industria local.
En la Argentina, la devaluación y un reconocimiento tradicional de la calidad educativa, sobre todo en algunas áreas, motiva desde hace algunos años una llegada cada vez más masiva de estudiantes extranjeros. En 2006, según la Cancillería, aumentó un 30% la inscripción de extranjeros en las universidades locales.
Sin embargo, la situación en la Argentina no escapa a la generalidad de América latina, cuyas universidades son mayormente conscientes de la necesidad de incorporar la dimensión internacional, “pero en general hay todavía más retórica que realidad”, según dijo Brunner.
“Se firman miles de convenios-marco que luego no dan lugar a ninguna actividad relevante. Además, las universidades no trabajan sistemáticamente, no tienen personal a cargo con las competencias necesarias y no destinan recursos en sus presupuestos a fomentar esta función”, describió Brunner.
No aparecen en los foros económicos internacionales. No se sientan a negociar con los gobiernos. No se las invoca como inspiración de las decisiones empresariales que cambian el rumbo de una industria.
Pero las escuelas de negocios están a menudo detrás de todo eso. Todas ellas –las de élite, las de calidad media, las periféricas– forman, en sentido técnico y personal, a la infraestructura humana móvil que hoy sostiene la economía sin fronteras.
Cifras de un fenómeno
De acuerdo con los cálculos de la Unesco, 2.455.250 jóvenes estudian actualmente fuera de sus países de origen.
El 70 por ciento de ellos se dirige a América del Norte y Europa Occidental. El mayor receptor de estudiantes extranjeros del mundo es Estados Unidos (23,3%), seguido por el Reino Unido (12,2%), Alemania (10,6%) y Francia (9,7%).
Los más grandes exportadores de estudiantes son China (14%), seguida de lejos por la India (5%), Corea (3,9%), Japón (2,5%) y Alemania (2,3%).
Un máster de dos años en una de las escuelas líderes norteamericanas –Wharton, Columbia, Harvard, Stanford, Yale– puede costar alrededor de 100.000 dólares; En Europa, entre 9000 y 60.000 euros; en América latina, entre 8000 y 45.000 dólares.
En los Estados Unidos existen actualmente unas 800 escuelas de negocios –200 más que hace diez años–, en su gran mayoría dependientes.
Link permanente: www.lanacion.com.ar/912054
Noticias | Archivo | Domingo 27 de mayo de 2007 | Enfoques | Nota
Sociedad global
Ejecutivos sin fronteras: el boom de las escuelas de negocios
Desde los noventa, universidades de todo el mundo compiten por el mercado de los MBA. Radiografía del fenómeno que moldea la cultura empresarial actual
Por Raquel San Martín
Profesionales nómades y transnacionales, quienes hacen carrera hoy en las empresas sin fronteras comparten una experiencia que los hermana en la diáspora: haber pasado por una escuela de negocios. Verdadero motor de la economía globalizada, las escuelas que forman ejecutivos actúan allí donde el impacto es más certero, es decir, en la cultura de las personas que tendrán poder al frente de las empresas.
Los nuevos empleados y gerentes móviles, acostumbrados a la competencia feroz, a los salarios millonarios, a no echar raíces por mucho tiempo en ninguna parte, comparten el uso de una infraestructura física extendida por el globo (edificios en zonas residenciales, hoteles, aeropuertos), un lenguaje, ideales y la conciencia de la necesidad de “la capacitación permanente”.
Para esta verdadera subcultura, una escuela de negocios implica una suerte de rito de pasaje, que da entrada en algún lugar del mundo profesional al que quieren pertenecer.
Es, huelga decirlo, un universo para pocos. Un máster de dos años en una de las escuelas líderes norteamericanas –Wharton, Columbia, Harvard, Stanford, Yale– puede costar alrededor de 100.000 dólares; en Europa, entre 9000 y 60.000 euros; en América latina, entre 8000 y 45.000 dólares.
Portadoras activas de la “internacionalización” de los negocios, las escuelas de negocios –la mayoría de ellas dependientes de universidades– representan el sector más dinámico de la educación de posgrado. A imagen y semejanza del sistema norteamericano que las vio nacer, la formación ejecutiva dio por tierra con los pruritos académicos y supo adaptarse a las demandas del mercado. A tal punto que se han convertido ellas mismas en un gran negocio y en muchas universidades financian posgrados e investigaciones en ciencias básicas y humanas.
A pesar de que la internacionalización es su verdad de fe –se buscan como oro los estudiantes extranjeros, los profesores se trasladan, se ofrecen viajes a otros países como parte del aprendizaje–, es una globalización desigual: Estados Unidos, residencia de las escuelas de negocios más prestigiosas, exporta su modelo, sus casos de estudio, sus gurúes y sus conceptos en inglés al resto del mundo.
“Este fenómeno tiene que ver con una cultura empresarial que se ha generalizado como patrón dominante y con la universalización de ciertas prácticas gerenciales”, comentó a LA NACION Roberto Bouzas, profesor de la Universidad de San Andrés y director de la maestría en Relaciones y negocios internacionales que se dicta en Flacso. “En todo proceso educativo se transmiten valores y, si hay una jerarquización en quien determina las prácticas, pues hay una importación de esos valores”, afirmó.
Justamente, la cuestión de los valores origina, desde la mirada exterior, buena parte de las críticas. Se afirma que forman ejecutivos teóricos y sin contacto con la realidad empresarial, que sus clases, sus libros y sus gurúes repiten verdades de sentido común, que su calidad académica es de nivel muy dispar y que viven en una burbuja socio-económica que no los pone en contacto con el mundo real.
De hecho, para algunos investigadores de la globalización, esta elite empresarial móvil que las escuelas de negocios contribuyen a engrosar –verdadera infraestructura operativa de la globalización económica– ya conforma una auténtica “clase social”. “La globalización produce sus propias formaciones sociales, y una de ellas son los transnacionales”, definió ante LA NACION la socióloga holandesa Saskia Sassen. “No sólo es gente que viaja mucho o que flota entre países, sino que tiene derechos portátiles de movilidad y hasta protecciones para su residencia en distintos lugares. Se van transformando en sujetos legales con prerrogativas”, apuntó.
Las escuelas, sin embargo, se mantienen florecientes y afirman que pasar por sus cursos es “una experiencia personal de crecimiento”. “Los ejecutivos se acercan por los conocimientos que obtienen, la red de contactos que se arma entre ellos o buscando que la universidad los ayude a cambiar de trabajo”, describió a LA NACION Gabriel Foglia, decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo (UP).
Sassen lo reafirma: “Hoy en día cobran cada vez más importancia los contactos sociales entre los profesionales”. No sólo los caracteriza la hipermovilidad, sostiene, sino que van llevando sus relaciones profesionales a cuestas, como un capital propio.
Las escuelas de negocios, tal como hoy se las conoce en todo el mundo, son una invención norteamericana, que sólo hace pocas décadas tomó la “internacionalización” como bandera y que, desde la década del 90, sofisticó sus programas de estudio hasta convertir la gestión empresarial en “la ciencia del management”, que transmiten tanto profesores doctorados en sus especialidades como ejecutivos exitosos que cuentan cómo lo lograron.
Con un lenguaje propio y compartido, las escuelas prometen enseñar a “liderar el futuro”, “pensar estratégicamente”, “implementar la innovación”, “impactar en el negocio”, “construir empresas inteligentes” y “desarrollar una mentalidad internacional”. Para ingresar, además de un buen CV y dinero o financiamiento, se requiere “actitud emprendedora”, “creatividad”, “visión pluralista” y, el leitmotiv, “capacidad de adaptación al cambio constante”.
Los contenidos son una democrática mezcla de conocimientos duros –de finanzas, marcos legales y administración general– con recetas que remiten casi a la autoayuda: cómo ser exitoso, armar un equipo de trabajo donde la gente no discuta, respaldarse en Platón para armar un plan de marketing o motivar a los empleados sin aumentarles el sueldo.
Pero desde las escuelas, esas críticas encuentran respuesta: ““Aquí hay una confusión entre una escuela de negocios y otras instituciones. Una escuela de negocios tiene un cuerpo de profesores con masters y doctorados en las distintas disciplinas del management. La mayoría de los asistentes son empresarios y directivos, con o sin grado. Y somos proveedores de las empresas”, sintetizó Fernando Fragueiro, director general del IAE, creado en 1978.
“El riesgo es que se multipliquen instituciones que se dedican al management education pero sólo contratan profesores part time o consultores”, advirtió.
Eso está ocurriendo en los Estados Unidos, donde existen hoy unas 800 escuelas de negocios –200 más que hace diez años–, en su gran mayoría dependientes de universidades. Su programa-insignia es el Master in Business Administration (MBA, léase “embiei”), un posgrado en administración de negocios de dos años de duración, full time, que ofrece formación general en administración, finanzas, marketing, operaciones, logística, recursos humanos y estrategia empresarial.
Hoy, el MBA concentra sólo al 20% de los estudiantes. Los programas más demandados, en realidad, son los Executive MBA, de contenidos similares pero diseñados para ejecutivos con experiencia laboral, que se cursan de manera intensiva. Paralelamente, las escuelas han diversificado su oferta y hoy la mayor aceptación la tienen los cursos cortos y los armados a medida para las empresas.
Pero, en voz más baja, en las mismas escuelas de negocios reconocen las diferencias de calidad. “En muchos posgrados de negocios no hay rigor en el proceso de aprendizaje, que se plantea en términos muy ambiguos y poco claros. Se tiende mucho más al uso de eslóganes y está todo viciado por un lenguaje más marketinero que educativo”, apuntó Jorge Mosqueira, consultor en desarrollo organizacional y docente universitario. “Muchos de estos posgrados no implican un verdadero salto académico”, admitió.
Se estima que cada año egresan 150.000 ejecutivos de los programas MBA de todo el mundo. En la Argentina se dictan unos 60 MBA, y hay 170 posgrados en economía y negocios acreditados por la Coneau.
“Hay muchos indicadores de crecimiento sostenido en el mercado. Nuevos programas MBA se crean todos los años y los cambios en la educación superior europea van a impulsar este crecimiento, con un incremento de graduados de MBA de 20.000 a 37.500 por año en ese continente”, comentó Jeanette Purcell, desde Londres, donde es directora ejecutiva de la Asociación de MBA (AMBA), una de las tres organizaciones internacionales –dos europeas, una norteamericana– que acreditan programas de negocios. En la Argentina, el IAE, la UCA y la Ucema tienen su sello de calidad.
Según dijo Purcell, los otros mercados en crecimiento para la educación ejecutiva son China –con 96 escuelas– y la India, donde se ofrecen actualmente 900 MBA, ambos “tratando de diferenciarse atrayendo estudiantes de todo el mundo y estableciéndose como jugadores globales”, comentó Purcell.
El top ten
Según el ranking que todos los años realiza el diario británico Financial Times, ocho de las diez mejores escuelas de negocios están en los Estados Unidos, que tiene 59 en el listado de las 100 mejores instituciones. Wharton, de la Universidad de Pennsylvania, encabeza el ranking, seguida por las escuelas de negocios de Columbia, Harvard y Stanford.
En el podio de las diez mejores, hay dos europeas: London Business School, en el quinto lugar, e Insead, de Francia, en el séptimo puesto. El MIT, Tuck, Kellogg, la escuela de negocios de la Universidad de Nueva York y la de Yale también son reconocidas, mientras en Europa se destacan el Instituto de Empresa, IESE y Esade, de España, y el IMD, de Suiza. Un dato: una escuela china, Cebis, subió del puesto 21° al 11° en el último año.
La movilidad de estudiantes universitarios a través de las fronteras es el modo que adoptó la mundialización en la educación superior y se ha convertido, a la vez, en una posibilidad de difusión cultural en el largo plazo, un negocio y una política de Estado.
Una universidad está hoy a la vanguardia cuando se “internacionaliza”, es decir, firma convenios con pares en otros países, desarrolla posgrados e investigaciones conjuntos, tiene programas de intercambio para sus docentes y atrae estudiantes extranjeros.
Para algunos incluso representa una industria rentable, como sucede en Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Nueva Zelanda y Australia.
Según cifras de la Unesco, hay hoy 2.455.250 jóvenes que estudian fuera de sus países de origen, pero atraviesan las fronteras sólo en ciertos sentidos. El 70% de ellos se dirige a América del Norte y Europa Occidental. El mayor receptor de estudiantes extranjeros del mundo es Estados Unidos (23,3%), seguido por el Reino Unido (12,2%), Alemania (10,6%) y Francia (9,7%). Los más grandes exportadores de estudiantes son, por su parte, China (14%), seguida de lejos por la India (5%), Corea (3,9%), Japón (2,5%) y Alemania (2,3%).
La Unesco llama la atención sobre algunas tendencias: los estudiantes africanos prefieren las universidades de las antiguas metrópolis; los de Europa Oriental se inclinan por Alemania como primera opción; y los de Asia central se trasladan a Rusia. En América latina hay 36.536 extranjeros (sólo el 1,49% del total), el 66% de los cuales proviene de países del mismo continente.
“Los países en cuyas universidades se forman los investigadores y profesionales de otras sociedades adquieren por esta vía redes de contacto e influencia que a la larga tienen un valor estratégico en la geopolítica del conocimiento y la cultura.
Pero los efectos no son lineales”, apuntó José Joaquín Brunner, especialista en educación superior e investigador de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, en Chile.
Aunque Estados Unidos continúa al tope de las preferencias de los extranjeros, se extiende en ese país la preocupación porque su cantidad viene en continuo descenso desde 2002, en gran medida por las restricciones a las visas establecidas luego del 11 de septiembre de 2001. En el año lectivo 2005/2006 se inscribieron 564.768 extranjeros en sus universidades, 18.228 menos que en 2002.
Provienen sobre todo de la India (13,5%), China (11,1%) y Corea (10,5%), y buena parte de la alarma por su reducción numérica es que casi el 16% de ellos estudian ingeniería y, una vez graduados, alimentan la industria local.
En la Argentina, la devaluación y un reconocimiento tradicional de la calidad educativa, sobre todo en algunas áreas, motiva desde hace algunos años una llegada cada vez más masiva de estudiantes extranjeros. En 2006, según la Cancillería, aumentó un 30% la inscripción de extranjeros en las universidades locales.
Sin embargo, la situación en la Argentina no escapa a la generalidad de América latina, cuyas universidades son mayormente conscientes de la necesidad de incorporar la dimensión internacional, “pero en general hay todavía más retórica que realidad”, según dijo Brunner.
“Se firman miles de convenios-marco que luego no dan lugar a ninguna actividad relevante. Además, las universidades no trabajan sistemáticamente, no tienen personal a cargo con las competencias necesarias y no destinan recursos en sus presupuestos a fomentar esta función”, describió Brunner.
No aparecen en los foros económicos internacionales. No se sientan a negociar con los gobiernos. No se las invoca como inspiración de las decisiones empresariales que cambian el rumbo de una industria.
Pero las escuelas de negocios están a menudo detrás de todo eso. Todas ellas –las de élite, las de calidad media, las periféricas– forman, en sentido técnico y personal, a la infraestructura humana móvil que hoy sostiene la economía sin fronteras.
Cifras de un fenómeno
De acuerdo con los cálculos de la Unesco, 2.455.250 jóvenes estudian actualmente fuera de sus países de origen.
El 70 por ciento de ellos se dirige a América del Norte y Europa Occidental. El mayor receptor de estudiantes extranjeros del mundo es Estados Unidos (23,3%), seguido por el Reino Unido (12,2%), Alemania (10,6%) y Francia (9,7%).
Los más grandes exportadores de estudiantes son China (14%), seguida de lejos por la India (5%), Corea (3,9%), Japón (2,5%) y Alemania (2,3%).
Un máster de dos años en una de las escuelas líderes norteamericanas –Wharton, Columbia, Harvard, Stanford, Yale– puede costar alrededor de 100.000 dólares; En Europa, entre 9000 y 60.000 euros; en América latina, entre 8000 y 45.000 dólares.
En los Estados Unidos existen actualmente unas 800 escuelas de negocios –200 más que hace diez años–, en su gran mayoría dependientes.
Link permanente: www.lanacion.com.ar/912054