Post by HBF on Sept 16, 2010 19:00:17 GMT -3
Por Robert J. Samuelson
Cuánto cuestan los chicos
18-08-2010
Uno de los informes oficiales más interesantes en EE. UU. es el que calcula las cantidades que los progenitores gastan en sus hijos y, por supuesto, a nadie sorprende que las cifras sean muy elevadas. En el caso de la clase media, una familia convencional (padre y madre, con ingreso promedio de US$ 76.250 en 2009 —antes de impuestos—), gasta en cada hijo alrededor de US$ 12.000 anuales. Si presuponemos una inflación anual moderada (de 2,8 por ciento), el informe calcula que el gasto familiar en un hijo nacido en 2009 se elevaría a US$ 286.050 cuando el chico cumpla 17 años, mientras que el desembolso para una familia de dos hijos asciende a US$ 600.000, sin contemplar los costos universitarios.
Este tipo de estadísticas debería contribuir al debate deficitario, porque el presupuesto no es meramente un catálogo de programas e impuestos, sino el reflejo de las prioridades y los valores de una sociedad, y EE. UU. no da un gran valor a la crianza de los hijos. El presupuesto federal castiga a los padres, quienes deben pagar onerosos impuestos para sostener a la población anciana y, entre tanto, los incentivos fiscales para quienes tienen hijos son casi insignificantes. Si la reducción deficitaria agrava estas diferencias, es posible que más estadounidenses opten por no tener hijos o reducir el tamaño de sus familias, lo cual pondrá al país en la decadencia económica.
Las sociedades que no pueden renovar sus poblaciones desalientan la inversión y la innovación; sus mercados de bienes y servicios se estancan o reducen cada vez más; y, a medida que envejece, la población se resiste al cambio. A fin de estabilizar una población (sin tomar en cuenta la inmigración), cada mujer debe producir, en promedio, dos hijos; es decir, la tasa de natalidad debe ser 2,0. No obstante, muchos países con economías abrumadas se encuentran muy por debajo de ese nivel y así, la tasa de natalidad de Japón es 1,2, mientras que las de Italia y España son de 1,3. Estos países tienen poco más de un niño por cada dos adultos.
Es cierto que la tasa estadounidense no llega a esos niveles. En 2007, la tasa de renovación era de 2,1, según informes del Centro Nacional para Estadísticas de Salud. La población hispana de EE. UU. alcanzaba una cifra de 2,0 mientras que otros grupos se aproximaban mucho al nivel de reemplazo: 1,9 para blancos no hispanos; 2,1 para negros no hispanos; y 2,0 para asiático-estadounidenses (pero no cantemos victoria: alrededor de un 40 por ciento de los nacimientos se debieron a madres solteras, de modo que muchos niños ingresaron en hogares empobrecidos o inestables).
Aunque la concepción es una decisión por demás personal, está sometida al influjo de factores como la cultura, la religión, la economía y políticas gubernamentales. “Nadie tiene una respuesta definitiva” que explique las variaciones de la tasa de natalidad de diversos países, señala el sociólogo Andrew Cherlin, de la Universidad Johns Hopkins. La decadencia religiosa en Europa podría justificar, en parte, la menguante tasa de natalidad; y muchas jóvenes japonesas están rechazando las vidas aisladas que llevaron sus madres durante la crianza de los hijos. Asimismo, el optimismo y el pesimismo dejan sus huellas: la esperanza precipitó el “baby boom” en EE. UU.; tras el colapso de la Unión Soviética, la “angustia por el futuro” deprimió la tasa de natalidad de Rusia y Europa Oriental, señala Cherlin.
Los habitantes de sociedades pobres tienen hijos para mejorar su bienestar económico e incrementar la cantidad de trabajadores que contribuyan al sostén de los padres en la vejez, pero esta lógica se invierte en las sociedades ricas actuales, pues en ellas el Estado sostiene a los ancianos y disminuye así la necesidad de niños. Según ciertos estudios, las redes de seguridad de los jubilados redujeron la tasa de natalidad estadounidense en 0,5 y en casi 1,0 para los Estados de Europa Occidental, sentencia el economista Robert Stein en un artículo de la revista National Affairs.
Es preciso evitar la combinación europea occidental de altos impuestos, baja tasa de natalidad y crecimiento económico debilitado. Los jóvenes estadounidenses enfrentan, de por sí, un mercado laboral desolador que no inspira la confianza necesaria para producir descendencia, de suerte que incrementar los impuestos empeorará las condiciones “si derivan en mayores costos para la crianza infantil”, pronostica el demógrafo Nicholas Eberstadt, del Instituto American Enterprise, “ya que muchos lo pensarán antes de tener más hijos”. Es una cuestión de sentido común, no obstante las numerosas presiones para convertirse en padres.
Nadie sabe cómo reconciliar esto con la reducción deficitaria. La Administración de Obama tiene contemplado un déficit presupuestario de US$ 8,5 billones entre 2011 y 2020. Pero aun recortando el gasto y los beneficios para la población mayor (como debe hacerse), será indispensable escalar los impuestos, y los padres tienen que quedar protegidos contra los incrementos más pronunciados. Stein propone combinar los incentivos fiscales para familias con hijos (exención personal y fiscal para los chicos, para la atención infantil y para la adopción) con un crédito generoso. No obstante las minucias, es imprescindible desarrollar políticas que favorezcan a las familias numerosas, porque la procreación, escribe, “es uno de los servicios más importantes que puede proporcionar cualquier estadounidense”.
www.elargentino.com/Content.aspx?Id=103164
Cuánto cuestan los chicos
18-08-2010
Uno de los informes oficiales más interesantes en EE. UU. es el que calcula las cantidades que los progenitores gastan en sus hijos y, por supuesto, a nadie sorprende que las cifras sean muy elevadas. En el caso de la clase media, una familia convencional (padre y madre, con ingreso promedio de US$ 76.250 en 2009 —antes de impuestos—), gasta en cada hijo alrededor de US$ 12.000 anuales. Si presuponemos una inflación anual moderada (de 2,8 por ciento), el informe calcula que el gasto familiar en un hijo nacido en 2009 se elevaría a US$ 286.050 cuando el chico cumpla 17 años, mientras que el desembolso para una familia de dos hijos asciende a US$ 600.000, sin contemplar los costos universitarios.
Este tipo de estadísticas debería contribuir al debate deficitario, porque el presupuesto no es meramente un catálogo de programas e impuestos, sino el reflejo de las prioridades y los valores de una sociedad, y EE. UU. no da un gran valor a la crianza de los hijos. El presupuesto federal castiga a los padres, quienes deben pagar onerosos impuestos para sostener a la población anciana y, entre tanto, los incentivos fiscales para quienes tienen hijos son casi insignificantes. Si la reducción deficitaria agrava estas diferencias, es posible que más estadounidenses opten por no tener hijos o reducir el tamaño de sus familias, lo cual pondrá al país en la decadencia económica.
Las sociedades que no pueden renovar sus poblaciones desalientan la inversión y la innovación; sus mercados de bienes y servicios se estancan o reducen cada vez más; y, a medida que envejece, la población se resiste al cambio. A fin de estabilizar una población (sin tomar en cuenta la inmigración), cada mujer debe producir, en promedio, dos hijos; es decir, la tasa de natalidad debe ser 2,0. No obstante, muchos países con economías abrumadas se encuentran muy por debajo de ese nivel y así, la tasa de natalidad de Japón es 1,2, mientras que las de Italia y España son de 1,3. Estos países tienen poco más de un niño por cada dos adultos.
Es cierto que la tasa estadounidense no llega a esos niveles. En 2007, la tasa de renovación era de 2,1, según informes del Centro Nacional para Estadísticas de Salud. La población hispana de EE. UU. alcanzaba una cifra de 2,0 mientras que otros grupos se aproximaban mucho al nivel de reemplazo: 1,9 para blancos no hispanos; 2,1 para negros no hispanos; y 2,0 para asiático-estadounidenses (pero no cantemos victoria: alrededor de un 40 por ciento de los nacimientos se debieron a madres solteras, de modo que muchos niños ingresaron en hogares empobrecidos o inestables).
Aunque la concepción es una decisión por demás personal, está sometida al influjo de factores como la cultura, la religión, la economía y políticas gubernamentales. “Nadie tiene una respuesta definitiva” que explique las variaciones de la tasa de natalidad de diversos países, señala el sociólogo Andrew Cherlin, de la Universidad Johns Hopkins. La decadencia religiosa en Europa podría justificar, en parte, la menguante tasa de natalidad; y muchas jóvenes japonesas están rechazando las vidas aisladas que llevaron sus madres durante la crianza de los hijos. Asimismo, el optimismo y el pesimismo dejan sus huellas: la esperanza precipitó el “baby boom” en EE. UU.; tras el colapso de la Unión Soviética, la “angustia por el futuro” deprimió la tasa de natalidad de Rusia y Europa Oriental, señala Cherlin.
Los habitantes de sociedades pobres tienen hijos para mejorar su bienestar económico e incrementar la cantidad de trabajadores que contribuyan al sostén de los padres en la vejez, pero esta lógica se invierte en las sociedades ricas actuales, pues en ellas el Estado sostiene a los ancianos y disminuye así la necesidad de niños. Según ciertos estudios, las redes de seguridad de los jubilados redujeron la tasa de natalidad estadounidense en 0,5 y en casi 1,0 para los Estados de Europa Occidental, sentencia el economista Robert Stein en un artículo de la revista National Affairs.
Es preciso evitar la combinación europea occidental de altos impuestos, baja tasa de natalidad y crecimiento económico debilitado. Los jóvenes estadounidenses enfrentan, de por sí, un mercado laboral desolador que no inspira la confianza necesaria para producir descendencia, de suerte que incrementar los impuestos empeorará las condiciones “si derivan en mayores costos para la crianza infantil”, pronostica el demógrafo Nicholas Eberstadt, del Instituto American Enterprise, “ya que muchos lo pensarán antes de tener más hijos”. Es una cuestión de sentido común, no obstante las numerosas presiones para convertirse en padres.
Nadie sabe cómo reconciliar esto con la reducción deficitaria. La Administración de Obama tiene contemplado un déficit presupuestario de US$ 8,5 billones entre 2011 y 2020. Pero aun recortando el gasto y los beneficios para la población mayor (como debe hacerse), será indispensable escalar los impuestos, y los padres tienen que quedar protegidos contra los incrementos más pronunciados. Stein propone combinar los incentivos fiscales para familias con hijos (exención personal y fiscal para los chicos, para la atención infantil y para la adopción) con un crédito generoso. No obstante las minucias, es imprescindible desarrollar políticas que favorezcan a las familias numerosas, porque la procreación, escribe, “es uno de los servicios más importantes que puede proporcionar cualquier estadounidense”.
www.elargentino.com/Content.aspx?Id=103164